21 de septiembre de 2007

En cualquier ciudad como en Barcelona…

A falta de pan….

Había una vez un verano, que como cualquier verano, era esperado con ansia. Y si bien me habían dicho que hay veranos buenos, veranos malos e incluso “el verano de tu vida”, nadie me había avisado de los veranos… terroríficos.

Así, sin avisar, y gracias al cambio climático, mi primavera se junto con mi verano y todo aquel desbarajuste cósmico se tradujo en una sinuosa pesadilla a golpe de abanico y sofocón.

Y todo y que hubo días buenos (para que lo vamos a negar) mis tiempos de calor – chaparrón – chaparrón -asfixia-chaparrón, cha…no nubes! – calor - +calor, eran algo así como una encadenación patética de las leyes de Murphy.

A mi nula habilidad para conducir, pero a mi altruista empeño de que el dueño de mi autoescuela se hiciera un chalet en Torremolinos al que llamaría “villa negada”, se unió un incendio, la muerte súbita de mí nevera, mí lavavajillas, mí equipo de música y ¡mi ordenador!, una llave rota en la cerradura, una grieta en la piscina, la falta de trabajo, un accidente de coche, una sequía sexual y una hipoteca.

¿El sueño de una noche de verano? ¡JA! ¿Se lo que hicisteis el último verano? Yo nada, gracias, ¿Pesadilla antes de Navidad? Puedes jurarlo.

Pero por suerte el agosto pasó y yo, mi declaración de buenas intenciones imposibles y mis pequeñas palabras hemos vuelto, y es que… a falta de pan, buenas son tortas ¿no?