28 de noviembre de 2008

En cualquier ciudad como en Barcelona…

Lo Cabaret


A lo largo de toda mi infancia siempre odie un mes en particular, Agosto. Esta extraña sensación de odiar 30 días que ahora venero como a santa Visa venia dada por ese sentimiento de desarraigo que todo hijo de urbanita siente al oír la fatídica frase “me voy al pueblo”. ¿Por qué todo el mundo tenía pueblo menos yo? ¿Qué ocurría en aquellos lugares que me arrebataban sin compasión a mis amigos?

Sola y sin calle donde jugar, me imaginaba que lo pueblos eran lo más parecido a un chiquipark bíblico. Fuentes de golosinas manando lascivamente Ositos, Coca Colas y Petazetas, libertad infantil, anarquía parental, aventuras y amores de los buenos. Era injusto y yo una niña. Mala combinación.

Con el tiempo y una caña aprendí a sobrellevar la estampida puebleril de mis amigos llenando sus huecos a base de fiestas y urbanitas de usar y tirar, pero siempre me quedó aquella espinita de sentir en carne propia la excitación de la huida que se me negó por ser hija de ciudad. Pues quien me iba a decir a mí que años después por mi boca saldrían aquellas 4 palabras que condicionaron mi infancia. Con mis años recién cumplidos ya puedo decir con la cabeza bien alta – Este fin de semana ME VOY AL PUEBLO- Toma ya.


Vale que no es mi pueblo, vale que me perdiera las fuentes libertinas y vale que en más de una ocasión me asaltan humores psicópatas de tanta calma y tanta paz pero debo reconocer que aquellas calles viejas aún encierran buenas sorpresas. Y es que el domingo me zambullí en Lo Passat y me encantó, para que lo vamos a negar.
Paradas de productos típicos, bailes de la región, gitanas de pega, pilinguis pluriempleadas, cine en blanco y negro, bares viejos abiertos a los nuevos, caballos, mulas, merchandising, cuentos escritos e ilustrados por conocidos personajes del panorama cultural a 5 € … una gozada vaya.

Pero para mí la estrella de todo aquel evento, a parte del esfuerzo de todo un pueblo por no perder sus raíces, fue Lo Cabaret. Después de una primera sesión exclusiva para hombres que sin duda disfrutaron de lo lindo de tanta carne y tanta picardía al más puro estilo El Molino, el Gran Cabaret se abrió a todos los públicos. Plumas y canciones llenas de segundas intenciones se intercalaban con los gritos locales previos a las carcajadas más chismosas del lugar. Fue divertido, fue emotivo y en unos dosmiles sin nada bueno que contar, sumergirse en aquellos cuarentas postizos me hizo pensar que quizá en la inocencia de lo implícito esta la verdadera gracia y es que no hay nada como el descaro de una cabaretera… oh cabaret, si cabaret, lo cabareeeettttttttttttt.


Salàs de Pallars principios de Noviembre.