25 de septiembre de 2008

En cualquier ciudad como en Barcelona

¿Ser o no ser? ¿Es esa la cuestión?

Cuando me siento estresada como regaliz. Es algo que me relaja y si bien puede parecer una característica un tanto extraña, creo que en el mundo que me rodea, cubrir mis desasosiegos con la ingesta compulsiva de goma arábiga se podría considerar una conducta que rozaría el más puro estilo naif. Una inocente y personal manera de decir “yo soy así”.

Estas tres minúsculas palabras a la que tan poco respeto mostramos, son sin dudarlo, la panacea de la personalidad. Tanto sirven de excusa como de escudo, de mentira tanto como de comodín y carentes de exclusividad, las hacemos propias como definición de todo aquello que somos, o en su defecto, que no somos. ¿Pero realmente somos lo que decimos ser? ¿o adoptamos vilmente nuestros “yo soy así” a la conveniencia de la situación?

Extraño resulta aquel que promulgaba abiertamente su libertad anunciando que nada le haría cambiar, cuando al verlo en alas de Cupido, se torna invisible excepto por la ruidosa mezcla de saliva y dióxido de carbono que hace temer un suicidio en clave de dos a cuenta del amor. También me resulta extraña la “reconversión” del libertino, que orgulloso de su condición, repartía su habilidad por doquier. Ahora todo aquello le espanta y escandalizado se pregunta el porqué de tanta lujuria ajena. ¿Y el infiel? ¿Y el borracho? ¿Y el santo? ¿Y nosotros mismos? ¿Debemos hacer un examen de conciencia global para ver quiénes somos en realidad?

Estamos tan acostumbrados a movernos por la mentira condicionada del caer bien para levantarnos mejor que tal hacer se convierte en algo vital. Y ese gran hecho, esa gran premisa se extiende a todos nuestros niveles, los profesionales y los personales. ¿Son nuestros amigos verdaderos o simplemente el interés mueve las amistades en esta mentirosa vitalidad? ¿Realmente existe la amistad y aquellos a los que contaste tus verdades cumplirán su cometido callando eternamente aquello que quizás no debieron escuchar? ¿Son aquellos a los que llamamos amigos ellos mismos o simplemente condicionan su “yo soy así” a lo que alcanza para ellos la palabra amistad?

Quizá yo sea una mala persona porque nada de esto funciona. Lo intento, de verás, lo intento pero no funciona, aún cuando intento creer firmemente que sus “yo soy así” son verdaderos. No creo al libre, ni al libertino, ni al infiel, ni al santo, ni al amigo. Por exigencia, por cinismo o simplemente por decepción, se me antoja el silencio del espectador frente al gran teatro que alguien dijo que es la vida sabiendo que pase lo que pase… The show must go on!

3 de septiembre de 2008

En cualquier ciudad como en Barcelona…

La Cosa Nostra.

Quizá una de las cosas que más deseaba de este año eran las vacaciones. Y si bien soy una persona a la que trabajar y vivir en una gran ciudad le emocionan, el hecho de “emigrar” a un pequeño pueblo de los Pirineos se me presenta, más por necesidad que por gusto, como una nueva manera de percibir la sociología “rural” que en un claro declive de su originaria definición, me ofrecen la posibilidad de sorprenderme si cabe aún más del ánimo curioso que me mueve por las calles de mi amada Barcelona.


Una de las cosas que se deben tener claras desde el principio es que tarde o temprano perderás tu independencia para pasar a “formar parte de” o en su defecto “ser de”. Aquí las personas son propiedad de casas, familias o grupos, y si nadie es capaz de reconocerte como tal, chico, estás perdido. Lo más curioso es que con la amistad ocurre lo mismo. La dependencia amistosa es un claro referente para saber de quién eres, y de poco sirve tu empeño en intentar demostrar que tu capacidad afectiva es capaz de abarcar más allá de un limitado grupo de personas, eso no sirve, porque aquí… o eres de los míos o estás contra mí. Vale estoy exagerando, pero el sentimiento en si es parecido. Si eres amigo de este probablemente y por razones que escapan a tu entendimiento no podrás ser amigo de aquel. Entre montañas habita el lado oscuro que gestiona con mano de hierro el valor de la amistad y si excluimos de él a algunos irreductibles, podría llegar a afirmar que esta pertenencia se convierte en algo vital, en una extraña manera de vivir la seguridad de no estar nunca solo, pero ¿es realmente “ser de” algo seguro?

Para alguien como yo, adoptada en estos menesteres llenos de aire puro y paz, observar cómo años de anécdotas recordadas hasta la saciedad, historias irrepetibles y amistades eternas se pierden por culpa de este extraño flujo a la clonación cerebral, se me antoja como algo angustioso y en más de una ocasión estúpido. Si las elecciones casi nunca son fáciles ¿Por qué elegir entonces a quien demostrar tu amistad? ¿Es acaso entonces más valiosa por haber elegido el bando correcto? ¿Quién determina la validez de tu elección? ¿Habrá algún decálogo de buenos modales para no acabar repudiado y ya no “ser de”? ¿Qué pasa si habló con alguien que es del bando contrario? ¿perderé entonces a “mis amigos” por profanar alguna ley universal que inocentemente desconocía?

Al fin y al cabo yo soy un Jueves desde que nací y este tipo de entredichos reafirman mis capacidades para la abstracción, pero hay quién no tiene la misma suerte y sufre al comprobar que su pasado ahora le obliga a enfrentarse a su presente con elecciones que creyó que nunca debería tomar. Debe ser duro sentirse extranjero allí donde diste tus primeros pasos, pero es de sabios huir cuando la batalla no va contigo porque al fin y al cabo, ¿Qué tipo de personas son aquellas que te obligan a condicionar tu cariño bajo el baluarte de razones sólidas para la enemistad? ¿Debemos aceptar que nuestros sentimientos se vendan y se compren en nombre de los buenos momentos? Quizá la respuesta sea que sí y lo próximo a preguntar en futuras visitas diste mucho de un cómo estas para centrar la realidad en un más sociable ¿A cuánto va el kilo de amigo?