23 de noviembre de 2011

En cualquier ciudad como en… Barcelona

El Reflejo

Muchas veces veo a personas a las que sin más, abofetearía. Acostumbra a pasarme con gente con la que comparto a diario los trayectos de ida y vuelta a villa Lebou y con los que, quiera o no quiera, he establecido una relación de indiferente dependencia. Recuerdo con especial cariño a una chica con la que compartí asiento durante dos años y que se libro del bofetón porque por suerte o por desgracia, no me crie en una cueva.

Ella, así la llamaré, era muy ordenada y su ritual viajero, mi pesadilla. Una a una se iba quitando, doblando y dejando sobre el regazo sus prendas de abrigo, cada día el mismo orden, la misma secuencia. Después, abría su impoluto bolso y del tercer bolsillo interior derecho sacaba los auriculares que llevaba en una funda, doblados perfectamente y con el hierro de fábrica que es igualito al del Pan Bimbo ¡Y que no hay persona mentalmente sana que conserve una vez estrenado el chisme! Bien, después de eso guardaba el hierrito en la funda, la funda en el tercer bolsillo interior derecho y del mismo sacaba otra funda con el reproductor de MP3 que aún conservaba el plástico protector de la pantalla. El volumen ni muy alto, ni muy bajo, pose y peinados perfectos y cero expresiones en el rostro que me hiciera percibir un ápice de imperfección en ella, en cambio, yo era la viva imagen de la desesperación. Con el rostro desencajado me preguntaba día tras día que había hecho yo para merecer semejante sádica enfrente.

Con que ganas le hubiera revuelto la ropa, el pelo, coger aquel bolso y blandirlo al aire y en un alarde de humanidad totalmente justificado gritarle ¡Niña, a las muñecas lo primero que se les hacía era quitarles el precinto del pelo! Por desgracia yo me fui de Barcelona y allí terminó nuestro idilio pero en aquella relación, yo iba muy en serio, os lo aseguro.

En estos días me he releído un viejo libro en el que narra la creencia de los aborígenes australianos que afirman que cuando te sientas en un círculo, aquel que tienes sentado frente a ti es tu reflejo en la vida. A mi mente volvió ella y el escepticismo de la afirmación aborigen pero ¿Fue sólo cuestión de tiempo que esta afirmación no se cumpliera?¿y si ella fuera mi reflejo invertido?¿si era taaannnn ordenada era para reflejar mi propio caos? El caso es que desde que sé de semejante creencia cuido mucho frente a quien me siento y debo reconocer que la cosa no va demasiado bien, y lo intento, no os vayáis a creer. Con ojo avizor busco a la persona adecuada con la que compartir viaje pero entre los habituales no hay mucho donde escoger y estos últimos días me he visto “reflejada” en una “distraída”, una borracha, una sumisa y un sinfín de reflejos a cual más fustigador.

Por suerte la terapia es caduca y a cada viaje nuevas oportunidades ¿pero qué ocurre con aquellos con los que vivimos de frente? ¿Acabamos siendo el reflejo de nuestras relaciones? Si dos personas comparten vida ¿acaban compartiendo características comunes? Es una ciencia cierta que ciertas parejas acaban pareciéndose físicamente y que aquellos que creyeron nunca cambiar se rinden al “reflejo” de su amor ¿pero es el Reflejo una condición escogida o bien una inevitable profecía? ¿Dejamos de ser lo que somos por ser aquellos que reflejamos?

Yo por mi parte seguiré cuidando que mi “reflejo” sea sólo mío, y si el sucumbir es inevitable, al menos, que se me vea estupenda.

11 de noviembre de 2011

En cualquier ciudad como en Barcelona…

Al otro lado de la cama


Se de un bar en mi ciudad que, en un claro ejemplo de bipolaridad comercial, pasa del diurno Bareto al nocturno Rabote con un simple cambio de prioridad. Si en el diurno Bareto se sirven cafés, cañas y donuts, al nocturno Rabote le toca hacer honor a su nombre dejando a los Itos en la acera y llenándose de Otes hasta donde alcanza la vista. Es fantástico.

Con semejante descubrimiento no puedo sino preguntarme ¿sabrán los fieles del Bareto la existencia de su alter ego nocturno? Y en caso de descubrirlo ¿Le seguirán teniendo en tan buena consideración después del despertar? ¿Y nosotros mismo? ¿Seriamos capaces de aceptar al Rabote que todos llevamos dentro?

Nunca me había planteado si yo sería capaz de semejante aceptación, hasta que una nocturna sobremesa y vinos de la región me ofrecieron la posibilidad de poner a prueba mi honestidad. Pues quien me iba a decir a mí que soy genéticamente perfecta para aceptar sin inmutarme el lado más oscuro de los humanos conocidos, vaya que no Rabote ajeno que me sorprenda.

Supongo que ayuda el hecho de haber crecido en cuna mafiosa y a la convicción de que todo el mundo tiene algo que ocultar. Sinceramente, me llena de tranquilidad saber que entre mis amigos tengo a yonquis, putas, puteros, delincuentes, infieles y a los más acérrimos libertinos. Ai de los libertinos amigos, con todo ese amor para repartir en dosis individuales, dobles o en una gran puesta en común. De su amplitud y libertad sexual hago mi referente ya que me obliga, como mínimo, a poner en perspectiva la simplicidad de mi existencia y a darle a las cosas, una vez más, la importancia que merecen.

Aquellos que nos rodean y a los que creemos conocer se mueven entre las aguas de lo público y lo oscuro poniéndonos a todos, al fin y al cabo, bajo el mismo rasero de humanidad. ¿Pero qué ocurre si centralizamos la teoría al otro lado de la cama? ¿Aceptaríamos con la misma naturalidad el Rabote del amado? ¿O preferíamos aferrarnos a la ceguera del “él/ella nunca lo haría”?

Supongo que la subjetividad de la moralidad juega en este caso el poder de aceptación y que el amor puesto a prueba pinta de gris lo más oscuro, pero ¿por mucho que pintemos, seguiríamos viendo y sintiendo lo mismo? ¿O ponerle cara amada a la oscuridad, aniquila al amor? ¿Preferimos vivir en un eterno Bareto o por el contrario nos da vidilla un buen Rabote?

Personalmente prefiero pensar que en mi cama no todo lo que veo es lo que hay pero si todo lo que conozco y que aunque duerma junto a un cielo a veces negro, siempre puedo pintarle un mar de estrellas.