14 de mayo de 2012
5 de mayo de 2012
Un día de ocho perros
Antiguamente las personas median la dureza de las condiciones climatológicas según la cantidad de perros que debían acostar a su lado para no morir de frío y de ahí la expresión “una noche de perros”.
4 de marzo de 2012
En cualquier ciudad como en Barcelona…
Todos queremos a Jack
Ayer leí como definían a un asesino como un personaje claramente histriónico y por ello culpable porque, por ejemplo, no soportaba oír a la gente masticar cuando comían. Inmediatamente pensé ¡Aí mi madre que soy una psicópata! Pero no. El todopoderoso Google y su consorte Doña Wikipedia me sacaron de la duda lanzándome de nuevo al montón de los normalitos. Qué le vamos a hacer.
Supongo que condicionó el pensamiento el hecho de llevar una semana un poco abarrotada de personajes singulares hasta el punto de creerme una más de este Rat Pack mental, cuando al fin y al cabo, solo soy una voyeur eventual. Y es que estos días han sido de lo más variado y después de conocer a una señora y a su bebé, que en realidad era un loro, a verme interceptada por un ejecutivo en plena conferencia imaginaria y a disfrutar de un streptease integral mientras el artista se comía un bote de garbanzos al son de contoneo, el punto álgido llegó cuando me tropecé con mi Jack Nicholson barcelonés.
Jack sufre un trastorno maniaco compulsivo y la verdad es que es algo muy curioso de ver, aunque para ser sincera, yo al hombre lo vi apurao por la multitarea. Con prisa pero sin pausa dio tres toques a cada escalón, siguió con el dedo cada raya de las baldosas de la pared, se agachó en cuclillas cada 10 pasos, tocó tacón contra tacón cuatro veces exactas cada pocos metros y ni una sola vez pisó la línea blanca central del andén, y todo eso en tres minutos y sin despeinarse. Ojo que ni una mujer hace tanto en tan poco.
El caso es que impresionada por haber visto a Jack decidí compartir el momento con la gente del estudio. Pues mi cara de estupor quedo como un mísero tic facial al ver que, no sólo no se inmutaban, sino que algunos reconocían con la mayor naturalidad que ellos también lo hacían. Bueno, lo de ser madres de un loro o bailar en pelotas mientras comen garbanzos no, al menos públicamente, pero si hablar solos en voz alta por ejemplo, o el hecho de sentirse identificados con las capas más básicas del comportamiento de Jack. Algunos me confesaron que encienden-apagan-encienden la luz antes de entrar en una habitación, que se colocan las zapatillas en una posición concreta paralela a la cama o que no salen de su casa si no han revisado que todos los cuadros están rectos. Y yo preocupada porque no soporto ver comer a la gente… acabáramos ¡si soy la cosa más sanota de este mundo!
Lo más curioso del tema es que si no hacen todo eso creen que algo irá mal, que pasará algo malo que ellos mismos han provocado al no efectuar correctamente la secuencia, y de nuevo pensé en Jack. ¿Qué pasaría si un día era incapaz de completar sus secuencias? ¿Se subiría al tren de todos modos o detendría su vida en aquel instante para volver a poner todo en su lugar después de sus tan necesarios tres toques, cuclillas, seguimientos y taconeos? ¿Era su cara de angustia la viva imagen de su responsabilidad con el mundo? ¿Y todos los demás, de veras somos tan distintos a Jack?
Para muchos de nosotros el rutinario equilibrio de nuestros días se basa en una extraña mezcla de aparente normalidad y el estrés sistemático de creer que la calma sideral recae sobre nuestras acciones, que inacabadas, nos llevan a la angustia del que pasará o a la certeza de la tragedia por nuestra “irresponsabilidad”. Hacer o no hacer, esa es la cuestión… y la complicación.
En cambio para Jack, la cosa no funciona así. Vale que no me gustaría parecer una aspirante a Saturday Night Live, pero me impresiona su capacidad de asegurarse la existencia bajo la simplicidad de funcionamiento que tiene su universo. Imaginaos por un momento que fuera cierto, que alguien os asegurara que si cada diez pasos das una palmada, por ejemplo, no ocurrirá nada malo en tu vida, que todo estará en orden, sin problemas, sin dudas, sin complicaciones ¿no lo haríais?¿no os aseguraríais la calma a cambio de un gesto? Si el miedo de lo no cumplido nos hace dudar y el dudar enfermar ¿Qué loco no quiere ser como Jack?
9 de diciembre de 2011
23 de noviembre de 2011
En cualquier ciudad como en… Barcelona
El Reflejo
Muchas veces veo a personas a las que sin más, abofetearía. Acostumbra a pasarme con gente con la que comparto a diario los trayectos de ida y vuelta a villa Lebou y con los que, quiera o no quiera, he establecido una relación de indiferente dependencia. Recuerdo con especial cariño a una chica con la que compartí asiento durante dos años y que se libro del bofetón porque por suerte o por desgracia, no me crie en una cueva.
Ella, así la llamaré, era muy ordenada y su ritual viajero, mi pesadilla. Una a una se iba quitando, doblando y dejando sobre el regazo sus prendas de abrigo, cada día el mismo orden, la misma secuencia. Después, abría su impoluto bolso y del tercer bolsillo interior derecho sacaba los auriculares que llevaba en una funda, doblados perfectamente y con el hierro de fábrica que es igualito al del Pan Bimbo ¡Y que no hay persona mentalmente sana que conserve una vez estrenado el chisme! Bien, después de eso guardaba el hierrito en la funda, la funda en el tercer bolsillo interior derecho y del mismo sacaba otra funda con el reproductor de MP3 que aún conservaba el plástico protector de la pantalla. El volumen ni muy alto, ni muy bajo, pose y peinados perfectos y cero expresiones en el rostro que me hiciera percibir un ápice de imperfección en ella, en cambio, yo era la viva imagen de la desesperación. Con el rostro desencajado me preguntaba día tras día que había hecho yo para merecer semejante sádica enfrente.
Con que ganas le hubiera revuelto la ropa, el pelo, coger aquel bolso y blandirlo al aire y en un alarde de humanidad totalmente justificado gritarle ¡Niña, a las muñecas lo primero que se les hacía era quitarles el precinto del pelo! Por desgracia yo me fui de Barcelona y allí terminó nuestro idilio pero en aquella relación, yo iba muy en serio, os lo aseguro.
En estos días me he releído un viejo libro en el que narra la creencia de los aborígenes australianos que afirman que cuando te sientas en un círculo, aquel que tienes sentado frente a ti es tu reflejo en la vida. A mi mente volvió ella y el escepticismo de la afirmación aborigen pero ¿Fue sólo cuestión de tiempo que esta afirmación no se cumpliera?¿y si ella fuera mi reflejo invertido?¿si era taaannnn ordenada era para reflejar mi propio caos? El caso es que desde que sé de semejante creencia cuido mucho frente a quien me siento y debo reconocer que la cosa no va demasiado bien, y lo intento, no os vayáis a creer. Con ojo avizor busco a la persona adecuada con la que compartir viaje pero entre los habituales no hay mucho donde escoger y estos últimos días me he visto “reflejada” en una “distraída”, una borracha, una sumisa y un sinfín de reflejos a cual más fustigador.
Por suerte la terapia es caduca y a cada viaje nuevas oportunidades ¿pero qué ocurre con aquellos con los que vivimos de frente? ¿Acabamos siendo el reflejo de nuestras relaciones? Si dos personas comparten vida ¿acaban compartiendo características comunes? Es una ciencia cierta que ciertas parejas acaban pareciéndose físicamente y que aquellos que creyeron nunca cambiar se rinden al “reflejo” de su amor ¿pero es el Reflejo una condición escogida o bien una inevitable profecía? ¿Dejamos de ser lo que somos por ser aquellos que reflejamos?
Yo por mi parte seguiré cuidando que mi “reflejo” sea sólo mío, y si el sucumbir es inevitable, al menos, que se me vea estupenda.
11 de noviembre de 2011
Al otro lado de la cama
Se de un bar en mi ciudad que, en un claro ejemplo de bipolaridad comercial, pasa del diurno Bareto al nocturno Rabote con un simple cambio de prioridad. Si en el diurno Bareto se sirven cafés, cañas y donuts, al nocturno Rabote le toca hacer honor a su nombre dejando a los Itos en la acera y llenándose de Otes hasta donde alcanza la vista. Es fantástico.
Con semejante descubrimiento no puedo sino preguntarme ¿sabrán los fieles del Bareto la existencia de su alter ego nocturno? Y en caso de descubrirlo ¿Le seguirán teniendo en tan buena consideración después del despertar? ¿Y nosotros mismo? ¿Seriamos capaces de aceptar al Rabote que todos llevamos dentro?
Nunca me había planteado si yo sería capaz de semejante aceptación, hasta que una nocturna sobremesa y vinos de la región me ofrecieron la posibilidad de poner a prueba mi honestidad. Pues quien me iba a decir a mí que soy genéticamente perfecta para aceptar sin inmutarme el lado más oscuro de los humanos conocidos, vaya que no Rabote ajeno que me sorprenda.
Supongo que ayuda el hecho de haber crecido en cuna mafiosa y a la convicción de que todo el mundo tiene algo que ocultar. Sinceramente, me llena de tranquilidad saber que entre mis amigos tengo a yonquis, putas, puteros, delincuentes, infieles y a los más acérrimos libertinos. Ai de los libertinos amigos, con todo ese amor para repartir en dosis individuales, dobles o en una gran puesta en común. De su amplitud y libertad sexual hago mi referente ya que me obliga, como mínimo, a poner en perspectiva la simplicidad de mi existencia y a darle a las cosas, una vez más, la importancia que merecen.
Aquellos que nos rodean y a los que creemos conocer se mueven entre las aguas de lo público y lo oscuro poniéndonos a todos, al fin y al cabo, bajo el mismo rasero de humanidad. ¿Pero qué ocurre si centralizamos la teoría al otro lado de la cama? ¿Aceptaríamos con la misma naturalidad el Rabote del amado? ¿O preferíamos aferrarnos a la ceguera del “él/ella nunca lo haría”?
Supongo que la subjetividad de la moralidad juega en este caso el poder de aceptación y que el amor puesto a prueba pinta de gris lo más oscuro, pero ¿por mucho que pintemos, seguiríamos viendo y sintiendo lo mismo? ¿O ponerle cara amada a la oscuridad, aniquila al amor? ¿Preferimos vivir en un eterno Bareto o por el contrario nos da vidilla un buen Rabote?
Personalmente prefiero pensar que en mi cama no todo lo que veo es lo que hay pero si todo lo que conozco y que aunque duerma junto a un cielo a veces negro, siempre puedo pintarle un mar de estrellas.

4 de agosto de 2011
Tres horas y una verdad
Nunca he sabido gestionar demasiado bien el poder de la fe, es decir, que soy de mal conformar. La vida me lanza sin piedad torpedos vitales de madurez que resignados los demás, a mi me provocan unos rebotes prodigiosos por considerar, que ni el tiempo, ni el lugar son los apropiados. Sin embargo, llegan momentos donde nada puede evitar la masacre y ahí estas tu, rodeada de realidad en el lugar menos adecuado esperando que, por esta vez, no te estalle en plena cara, o en este caso, en pleno concierto.
Acudir a un concierto es una de mis válvulas de escape favoritas porque no existe lugar más políticamente correcto donde poder gritar, sudar y desafinar tanto como te plazca y si además es a buen ritmo mejor que mejor. No obstante debo reconocer que esta vez había algo extraño en el ambiente, un no sé qué que qué sé yo cósmico inquietante y eso no era más que la Realidad.
La primera vez que la note fue en el coche de camino al evento cuando, vestidas como rockeras de pro, gire el rostro 90º y por el rabillo de reojo vi la primera señal: La sillita del bebé. Donde antes habían trenchs, Marie Claires y muestras de Channel, ahora gobierna el trono del rey de la casa y juro haber visto a la Realidad sentada a su lado gritándonos ¡Conductora eres mamá, eres mamá! ¿Y tú? ¿Porque demonios tienes otro perro? ¡Ten un bebé! Ante semejante bofetada, me gire, subí el volumen y la ignore descaradamente.
Una vez dentro del concierto pensé que ya estábamos a salvo porque allí la Realidad no puede entrar por exceso de sueños y porque una vez suena la música trabajamos arduamente para volver a los 15 cuando entre yo y mis dos compañeros de delirio superamos el siglo. Pero no, porque si te sabes TODAS las canciones, reconoces todas las variaciones, acordes y bailes del directo y a la segunda canción ya tienes al páncreas pidiendo clemencia, chica has visto muchos conciertos y en consecuencia, los del escenario también.
Nunca está de más saber que la cirugía estética es como la alta costura, hay que saber llevarla. Y es que la línea que te separa de parecer un Basset Hound (ese es mi nuevo perro) de ser un cañonazo for ever es muy fina, y aquel día, en aquel concierto, tenía la variedad que no el gusto de semejante rotundidad.
Sin embargo, no fue la sillita, ni el botox, ni siquiera el planteamiento de los ejercicios de Kegel Como una necesidad al aterrizaje lo que me hizo detener mi sueño rockero en seco. Fue ella, la mujer de 40 años que de repente vi bailando a unos metros de mí. Pantalón al sobaco, jersey con hombreras, bolso cruzado y victorias como atuendo envolvían una pose lúdico-festiva de aquellas tan propias como diabólicas. Porque vamos a ver, separar ligeramente las piernas, poner el culo en pompa y levantar dos veces cada pie acompañando semejante aberración de una palmada a destiempo no es bailar!! Y es una desfachatez y un insulto a la humanidad usar la misma “coreografía” tanto para un rotundo Living on a Prayer como para Paquito el chocolatero!! Amos hombre. Saltar y gritar, saltar y gritar señora, inténtelo, se lo suplico, no es tan complicado.
Por suerte, no fui la única que en fijarse en aquello, y si en su momento S. y yo nos prometimos mutilarnos mutuamente si llegábamos a no vestirnos acorde a nuestra edad, esta vez el juramento fue sentencia a un veredicto de pena de muerte.
Dicen algunos que las niñas maduran antes y mucho me temo que de ahí deriva el problema ¿Por qué? ¿Porque las mujeres llegadas a cierta edad debemos acogernos al decálogo de la buena mujer adulta? ¿Porque en aquel concierto en realidad, sólo las mujeres nos cuestionábamos estar donde estábamos, y más aún, haciendo lo que hacíamos? ¿Porque a una mujer ya le vale y un hombre vive la vida?
A los varones la carencia de madurez les sirve para tildar de síndrome semejante liberación, ellos son solteros y nosotras solteronas. A mí se me pasa el arroz y él es como el buen vino. Si no tengo hijos me quedo incompleta dicen ¿y qué les pasa a ellos? ¿se les cae un huevo?. ¿Llegados a este punto debo tener fe en que la realidad me ponga en el camino recto de la madurez? ¿Qué ya está? Pues lo siento pero no. Casi siempre recuerdo muy bien cuantos años tengo y mi carnet de responsabilidades esta al completo, os lo puedo asegurar, pero a partir de ahora se me buscáis, no os olvidéis de preguntar por Pan… Petra Pan