11 de noviembre de 2011

En cualquier ciudad como en Barcelona…

Al otro lado de la cama


Se de un bar en mi ciudad que, en un claro ejemplo de bipolaridad comercial, pasa del diurno Bareto al nocturno Rabote con un simple cambio de prioridad. Si en el diurno Bareto se sirven cafés, cañas y donuts, al nocturno Rabote le toca hacer honor a su nombre dejando a los Itos en la acera y llenándose de Otes hasta donde alcanza la vista. Es fantástico.

Con semejante descubrimiento no puedo sino preguntarme ¿sabrán los fieles del Bareto la existencia de su alter ego nocturno? Y en caso de descubrirlo ¿Le seguirán teniendo en tan buena consideración después del despertar? ¿Y nosotros mismo? ¿Seriamos capaces de aceptar al Rabote que todos llevamos dentro?

Nunca me había planteado si yo sería capaz de semejante aceptación, hasta que una nocturna sobremesa y vinos de la región me ofrecieron la posibilidad de poner a prueba mi honestidad. Pues quien me iba a decir a mí que soy genéticamente perfecta para aceptar sin inmutarme el lado más oscuro de los humanos conocidos, vaya que no Rabote ajeno que me sorprenda.

Supongo que ayuda el hecho de haber crecido en cuna mafiosa y a la convicción de que todo el mundo tiene algo que ocultar. Sinceramente, me llena de tranquilidad saber que entre mis amigos tengo a yonquis, putas, puteros, delincuentes, infieles y a los más acérrimos libertinos. Ai de los libertinos amigos, con todo ese amor para repartir en dosis individuales, dobles o en una gran puesta en común. De su amplitud y libertad sexual hago mi referente ya que me obliga, como mínimo, a poner en perspectiva la simplicidad de mi existencia y a darle a las cosas, una vez más, la importancia que merecen.

Aquellos que nos rodean y a los que creemos conocer se mueven entre las aguas de lo público y lo oscuro poniéndonos a todos, al fin y al cabo, bajo el mismo rasero de humanidad. ¿Pero qué ocurre si centralizamos la teoría al otro lado de la cama? ¿Aceptaríamos con la misma naturalidad el Rabote del amado? ¿O preferíamos aferrarnos a la ceguera del “él/ella nunca lo haría”?

Supongo que la subjetividad de la moralidad juega en este caso el poder de aceptación y que el amor puesto a prueba pinta de gris lo más oscuro, pero ¿por mucho que pintemos, seguiríamos viendo y sintiendo lo mismo? ¿O ponerle cara amada a la oscuridad, aniquila al amor? ¿Preferimos vivir en un eterno Bareto o por el contrario nos da vidilla un buen Rabote?

Personalmente prefiero pensar que en mi cama no todo lo que veo es lo que hay pero si todo lo que conozco y que aunque duerma junto a un cielo a veces negro, siempre puedo pintarle un mar de estrellas.



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