3 de septiembre de 2008

En cualquier ciudad como en Barcelona…

La Cosa Nostra.

Quizá una de las cosas que más deseaba de este año eran las vacaciones. Y si bien soy una persona a la que trabajar y vivir en una gran ciudad le emocionan, el hecho de “emigrar” a un pequeño pueblo de los Pirineos se me presenta, más por necesidad que por gusto, como una nueva manera de percibir la sociología “rural” que en un claro declive de su originaria definición, me ofrecen la posibilidad de sorprenderme si cabe aún más del ánimo curioso que me mueve por las calles de mi amada Barcelona.


Una de las cosas que se deben tener claras desde el principio es que tarde o temprano perderás tu independencia para pasar a “formar parte de” o en su defecto “ser de”. Aquí las personas son propiedad de casas, familias o grupos, y si nadie es capaz de reconocerte como tal, chico, estás perdido. Lo más curioso es que con la amistad ocurre lo mismo. La dependencia amistosa es un claro referente para saber de quién eres, y de poco sirve tu empeño en intentar demostrar que tu capacidad afectiva es capaz de abarcar más allá de un limitado grupo de personas, eso no sirve, porque aquí… o eres de los míos o estás contra mí. Vale estoy exagerando, pero el sentimiento en si es parecido. Si eres amigo de este probablemente y por razones que escapan a tu entendimiento no podrás ser amigo de aquel. Entre montañas habita el lado oscuro que gestiona con mano de hierro el valor de la amistad y si excluimos de él a algunos irreductibles, podría llegar a afirmar que esta pertenencia se convierte en algo vital, en una extraña manera de vivir la seguridad de no estar nunca solo, pero ¿es realmente “ser de” algo seguro?

Para alguien como yo, adoptada en estos menesteres llenos de aire puro y paz, observar cómo años de anécdotas recordadas hasta la saciedad, historias irrepetibles y amistades eternas se pierden por culpa de este extraño flujo a la clonación cerebral, se me antoja como algo angustioso y en más de una ocasión estúpido. Si las elecciones casi nunca son fáciles ¿Por qué elegir entonces a quien demostrar tu amistad? ¿Es acaso entonces más valiosa por haber elegido el bando correcto? ¿Quién determina la validez de tu elección? ¿Habrá algún decálogo de buenos modales para no acabar repudiado y ya no “ser de”? ¿Qué pasa si habló con alguien que es del bando contrario? ¿perderé entonces a “mis amigos” por profanar alguna ley universal que inocentemente desconocía?

Al fin y al cabo yo soy un Jueves desde que nací y este tipo de entredichos reafirman mis capacidades para la abstracción, pero hay quién no tiene la misma suerte y sufre al comprobar que su pasado ahora le obliga a enfrentarse a su presente con elecciones que creyó que nunca debería tomar. Debe ser duro sentirse extranjero allí donde diste tus primeros pasos, pero es de sabios huir cuando la batalla no va contigo porque al fin y al cabo, ¿Qué tipo de personas son aquellas que te obligan a condicionar tu cariño bajo el baluarte de razones sólidas para la enemistad? ¿Debemos aceptar que nuestros sentimientos se vendan y se compren en nombre de los buenos momentos? Quizá la respuesta sea que sí y lo próximo a preguntar en futuras visitas diste mucho de un cómo estas para centrar la realidad en un más sociable ¿A cuánto va el kilo de amigo?

1 comentario:

Pamina dijo...

Amen a paraules tan sensates!!