1 de abril de 2009

En cualquier ciudad como en Barcelona…

La P… de peluquín (2ª parte)

Hará unos meses, quizá más de seis, escribí en este blog un artículo sobre que letra era la idónea para definir al amor. Deambulando por el alfabeto no halle ninguna más concreta que la P… de peluquín y así es como titule el post. Sin embargo, aquella reflexión no terminaba en una sentencia y abría las puertas al hallazgo de un amor que se pudiera capitalizar con una C… de Calvo.

Llevo tiempo observando y analizando al amor, incluido el mío, pero no encontré resultados que me condicionaran a pensar que el sentimiento pudiera liberarse de tan antiestética letra con la que yo misma le había bautizado. Muchas letras, muchos amores – pensaba- pero ninguno que me demostrará la fuerza de una C. Supongo que centralice en demasía el sustantivo universal y me olvide de otros amores, pero soy humana, y como todo hijo de vecino, yo también le pido imposibles al amor.

Sin embargo, decidí dirigir mis observaciones a otros amores más sectoriales y sin lugar a dudas, fue allí donde encontré lo que tanto tiempo estuve buscando. Lejos de la necesidad egoísta del amor hallé a mi amado calvo, en el mismo sentimiento, que llevado a los niveles más básicos de su significado, por no pedir, no pedía ni respuestas. Acostumbrados a la demanda, no nos planteamos la existencia de amores por llamarlos de alguna manera “naturales” que aunque carentes de exigencias no los son de reciprocidad. A lo largo de nuestra vida los títulos que vamos cosechando van aumentando, y lo que en su día sólo fue tu nombre, ahora comparte protagonismo con rangos evolutivos que te convierten en madre, tía, abuela o hermana de alguien. Esta línea de nombramientos es exponencial al tiempo y llenan tu corazón de este amor “natural” que acostumbramos a sentir por aquellos con los que compartimos sangre, cuna o destino. Pero, ¿Qué ocurre cuando aquel al que amas ya no puede darte nada?¿cuando no recibes nada por tu amor?¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando una hija se convierte en madre, de su madre?.

Yo lo sé, lo siento y me emociona porque allí es donde está el Calvo Amor. El olvido impuesto sacude la línea de rango y pone del revés condiciones que nadie sospecho jamás que pudieran ser cambiadas. Y ahí está él, el AMOR, el auténtico. Muchos dicen que esta enfermedad es como nacer pero al revés, pero no es verdad. Aquel que durante tanto tiempo hizo alarde de su natural amor ahora te mira y no te recuerda, dejando a los que fueron destinatarios de su sentimiento agarrados al fino hilo de los recuerdos. Lo reconozco, tenía tan cerca de mí al amor ansiado que no le vi, supongo que porque nunca me había parado a observar las miradas, las palabras, la ternura, acogiéndome a la insulsa normalidad de la rutina. Pero ahora ya lo tengo. Una mujer me lo dio. Una que ama sin pedir respuestas, ni exigencias, ni compromisos porque la enfermedad del olvido le robó el amor de madre. Quizá dentro de cada uno este escondida esta capacidad para enaltecer el amor verdadero pero ella es hoy mi ejemplo, y tan sólo por eso, merece mi amor que se escribe, en estos momentos, con R … de respeto.

2 comentarios:

Nalda dijo...

Yo veo alguna letra más en tus palabras: la A de admiración, la C (no de Calvo) de coraje y la G de generosidad. Se me olvidaba que también hay una O de orgullo, de lo orgullosa que una madre tiene que sentirse con una hija como tú.

Un abrazo lleno de esperanza

Ariel Lebou dijo...

Muchisimas gracias por tu comentario Nalda pero estas palabras no son sólo mias sino tambien de todos aquellos a los que el Alzheimer les roba su vida y sus amores.