30 de marzo de 2010

En cualquier ciudad como en Barcelona…

The mama’s lies

En los años 80 yo escuchaba a Parchís, veía pipi calzaslargas y sufría de lo lindo con Lassie y su perra vida. Más tarde, y en la era post-Naranjito, me pase a Fraggel Rock, a escuchar al gran Michael y a imitar a mi hermana mayor, sus tupes y sus hombreras.

El principio de los 90 fue el reinado de Twin Peaks, el famoso pantalón Boyfriend y el increíble atractivo que tenían, por aquel entonces, un par de gemelos cañonazos llamados Bros. Enmarcado por divertimento tengo el resto por ser una combinación casi perfecta de locuras, risas, lágrimas y agradecidas lagunas mentales.

Todas las épocas marcan un hito en nuestra vida y la gran mayoría de nosotros tenemos la suerte de poder centrar la nuestra en hechos banales que nos hacen reír o entristecernos sin mayores consecuencias. Actualmente estoy viviendo una extraña época de, llámese reflexión, llámese catatonismo cerebral, que por suerte se ve compensada por la vida de los demás. Gracias a ello y por sorpresa, he conseguido definir que es aquello que marcará esta época, el gran hito que recordaré durante mucho tiempo, y ese gran Qué no es más que la Humanización Mamaria.

Siempre había creído que el hecho de ser madre convertía a la mujer en una especie de diosa indestructible, lo que en consecuencia me convertía a mí en una arpía egoísta pro-aborto por incapacidad mental y física de dejar de quererme tanto. Su buen hacer y su entereza materna a prueba de todo me alejaba cada vez más de la divinidad presupuesta hasta que San Predictor quiso que hace 5 meses, mi mejor amiga fuera madre. Tras 9 meses de ¡Qué fuerte!, unos kilos de más y carencia absoluta de antojos (ahí el primer mito al suelo) llegó el momento del parto y con ello, el ingreso al club divino.

Pues cual fue mi sorpresa al comprobar que de divinas nada, que lo que se urde en esto de la maternidad es una ley del silencio muy mal intencionada. Una especie de conspiración genética que hace obviar la información más práctica para enaltecer típicas frases con el único objetivo de que acabemos todas cayendo en la trampa ilusoria de que esto es pan comido. Pero no lo es, porque para empezar ¿Cómo sabes que tu hijo te va a caer bien? o peor ¿y si tu le caes mal? No os conocéis de nada, pero ahí está… esperando a que tu sepas que hacer con él porque él por no saber, no sabe ni quién eres. ¿Y qué hay de la valiosa información físico/psicológica que el club de las madres mantiene bajo llave? ¡Porque esto de no avisar sobre la problemática pezonil es muy feo que lo sepáis! ¿Y esos apósitos elefantinos postparto? ¡Que vale que hay que pasar la cuarentena pero es necesario dinamitar el ego con semejante aberración, que más que una mujer te sientes como un tráiler de ausonia!¿Y no subrayar la impotencia y el sentimiento de espanto frente a un apéndice de tres kilos con nombre que no hace más que hacerte sentir un bicho raro? ¡Eso no se hace! Ah! Y pobre de ti que no te sientas como una yonki en pleno síndrome de abstinencia cuando vuelves al trabajo… porque entonces se supone que no sientes lo que hay que sentir y ¡zas! Entras en el bucle de ser o no ser… una buena madre. Eso sí, consejos a cientos. No hay nada peor que una madre primeriza frente a madres sobradas de experiencia que te invaden de posturas, acciones, medidas, cantidades y razones todas distintas pero totalmente validas a tu nuevo trabajo a perpetuidad. Además, todas confiesan en un alarde de fraternización femenina, que pasaron por lo mismo que tú [cosa que no dijeron antes no vaya a ser que…].

El caso es que para mí ha sido un alivio y una inspiración el encontrarme con una madre totalmente sincera que no sabe muy bien cómo funciona esto todavía, que no sabe si repetirá porque las ha pasado canutas y lo dice, que sigue siendo mujer e independiente por encima de todo y además, su hijo le cae genial. Y es que reza el dicho que nadie nace enseñado, ni siquiera una madre, aunque de esta, no haya más que una.

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